A veces tenemos tanta prisa por seguir, que nos saltamos la parte más importante del proceso: INTEGRAR.
No solo mirar lo que hicimos, sino lo que nos pasó mientras lo hacíamos.
Así que, en honor al Día 40 de 100 (que oficialmente se cumplió el sábado 22/03 pero vamos a fingir demencia jeje), quiero hacer justo eso.
Porque en este cuarto ciclo del experimento Contenido Vivo: 100 días de creación —del jueves 13 al sábado 22— destacaron varios eventos diferentes entre sí, pero con un mismo fondo: sostener la incomodidad y atravesarla con honestidad para recibir el regalo del otro lado.
Momentos sutiles, de esos que suceden adentro.
Donde algo en mí se contrae, se resiste… y aun así decido quedarme.
No escapar. No fingir. Solo estar.
Y en esa práctica silenciosa, aparece algo que no siempre veo, pero que siempre está disponible:
Una versión más honesta de mí.
El podcast que tuve que grabar (y volver a grabar… y volveré a grabar)
En este ciclo grabé dos veces un mismo episodio del podcast.
De un tema potentísimo, y lo tengo bien estructurado, con puntos claros… y creo que justo eso ha sido el enredo.
Cada punto me parece tan valioso que no quiero olvidar ninguno, así que en ambas grabaciones estoy siguiendo mi guión muy de cerca, quizá demasiado de cerca… y creo que ahí está LA SITUACIÓN.
¿El resultado? Episodios con buen contenido, sí, pero con menos aire y menos yo.
Lo curioso es que en estos días el tema del episodio se ha presentado en mi vida de diferentes formas, como si la vida dijera: ¿te parece que profundicemos en esto otra vez?
Jaja… ¡ACEPTO!
Así que la tercera va a ser la vencida (crucemos los dedos jeje).
Menos “profesora con PowerPoint” y más confianza y presencia.
Microfono encendido, ideas burbujeando y más que un monólogo, una conversación.
Supongo que en eso estuve entrenando todo este ciclo: en decir lo que necesito decir, con la voz que tengo hoy.
A veces frente a un micrófono.
A veces… frente a un correo.
El correo, el fastidio y la claridad
A mitad de semana recibí un correo del proyecto de tirocinio (las prácticas obligatorias de la maestría) donde me pedían más de lo que habíamos acordado.
Mi primera reacción fue fastidiarme un poco.
Y me permití sentirlo. No barrerlo, no justificarlo.
Fastidio legítimo, presente, con todo y ceja levantada.
Eso, lejos de nublarme, me ayudó a ver con más claridad qué era exactamente lo que me incomodaba.
Y desde ahí, con los dos puntos bien enfocados que a mí me interesaba aclarar, escribí mi respuesta.
Sin adornos.
Sin defensas.
Sin sobreexplicar.
Lo cuál me permitió llegar a la reunión de la semana con extra confianza y seguridad en mi trabajo.
Y la reunión fue muy bien, conversación fácil y acuerdos genuinos.
Nada espectacular, pero sí muy poderoso.
Porque en medio de un correo cualquiera, me dije a mí misma con claridad: esto es lo que puedo sostener, esto es lo que no.
Y eso también construye una marca personal.
No solo los grandes discursos, sino la honestidad silenciosa de nuestras decisiones diarias.
Con esa práctica constante de ser clara contigo y con los demás.
Lo cual nos lleva al…
Pum. Pum. Pum.
Mi sistema nervioso entra en alerta máxima.
No estoy en un escenario. No hay mil personas mirándome.
Solo estoy en una aula universitaria. En mis clases de la maestría.
Pero mi cuerpo no entiende la diferencia.
Escucho las participaciones de mis compañeros.
Primero, una chica sugiere extender la estrategia de comunicación hacia TikTok.
Luego, un chico propone hacer una mini-serie en video.
Las ideas fluyen. El ponente las recibe con interés.
Yo también tengo algo que aportar.
Pero mi cuerpo no colabora.
¿Alguien más se da cuenta? ¿Se me ha puesto roja la cara? Tal vez.
Pero en realidad, nadie sabe lo que está pasando dentro de mí.
Estoy ahí, atrapada entre la decisión de hablar y la reacción de mi propio cuerpo.
Y entonces, hago algo diferente.
No peleo con la sensación.
No me regaño por sentirme así.
No me digo “qué ridícula eres”.
Solo me quedo ahí. Atravieso.
No voy a desaparecer.
No voy a huir.
Voy a estar presente en lo que es.
Pum. Pum. Pum.
Y entonces, la oportunidad se cierra.
El ponente da por terminada la ronda de preguntas.
Y todo vuelve a la calma.
Pero no me quedo con las ganas.
Respiro.
Y aunque no levanté la mano en público, no me guardo lo que quiero decir.
Antes de salir del aula, me acerco al ponente.
Le digo que me gustó su presentación.
Que no alcancé a participar, pero sí quiero compartirle una idea.
Le hablo de las newsletters.
De cómo están subvaloradas.
De cómo pueden construir comunidad sin depender del algoritmo.
Y me escucha.
Y asiente.
Y me dice que le parece interesante.
Y yo me voy de ahí más valiente que antes.
No hablé en público, pero hablé.
No levanté la mano, pero me acerqué.
No huí de la sensación. La atravesé.
¿Qué tienen en común estos tres momentos aparentemente distintos?
Que en todos me sentí incómoda, me sentí expuesta… y aun así elegí estar presente.
No perfecta. No lista. Pero sí honesta.
Y con eso me basta para cerrar este ciclo.
Lo que quiero es honrar esos lugares donde elegí quedarme, atravesar lo incómodo con honestidad.
Porque ahí está la práctica más real de este experimento.
Nos seguimos leyendo…
Gracias por ser parte de esta conversación infinita.
Liz
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